La ciencia tras los secretos de sandías y melones

Dulces y refrescantes, sandías y melones son sin duda los reyes de los postres del verano.

08 septiembre 2021 |

Dulces y refrescantes, sandías y melones son sin duda los reyes de los postres del verano. A pesar de que son alimentos casi indispensables en muchos hogares durante el periodo estival, seguimos sin conocer todos sus secretos.

Los investigadores dan por hecho que los actuales melones y sandías proceden del descubrimiento de anómalos frutos dulces carentes de cucurbitacina, el compuesto que confiere amargor a las cucurbitáceas —familia a la que pertenecen sandías y melones, junto con pepinos, calabazas y otros—. Estas se habrían seleccionado y cultivado hasta llegar a nuestros días.

En busca de su origen genético
“Los melones, pepinos y sandías se domesticaron varias veces a lo largo de la historia de la humanidad. Pero colocar estas domesticaciones en el espacio y con nombres es mucho más difícil de lo que pensaba hace diez o quince años”, subraya Susanne S. Renner, profesora honoraria de la Universidad de Washington.

Renner, junto con otros investigadores, redibujó una de las ramas del árbol genealógico de la especie Citrullus lanatus, comúnmente conocida como sandía. Hasta hace no mucho, se pensaba que esta especie pertenecía al linaje del melón cidra de Sudáfrica, Citrullus caffer. No obstante, la nueva información obtenida a través del estudio genético ha confirmado que el pasado de la sandía está vinculado al del melón Kordofán (C. lanatus), de Sudán.

Además, sus conclusiones son consistentes con algunas antiguas pinturas egipcias que sugieren que la sandía pudo ser consumida en el valle del Nilo hace unos 4.000 años. “Basándonos en el ADN, encontramos que las sandías como las conocemos hoy, con pulpa dulce, a menudo roja, que se puede comer cruda, eran genéticamente más cercanas a las formas silvestres de África occidental y nororiental”, señala la investigadora.

El camino que ha recorrido el melón no está tan claro. La secuenciación del genoma de 1.175 variedades de esta especie indicó que se ha domesticado tres veces de forma independiente, una en África y dos en la India.

“El estudio de todas estas variedades ha permitido comprender cómo se produjo la domesticación del melón hace 4.000 años”, explica Jordi García-Mas, científico del Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG) y uno de los principales investigadores de este hallazgo. Además, García-Mas fue uno de los coordinadores del proyecto Melonomics, una iniciativa española público-privada que hace nueve años publicó la secuenciación del genoma de esta planta y de siete de sus variedades.

Nuevas formas y tamaños
“Ahora, en nuestro laboratorio, estamos interesados en conocer cuál es el proceso de maduración del fruto. Estamos investigando qué genes y programas genéticos regulan que el melón madure de una forma u otra. Esto es relevante, sobre todo para las empresas de mejora. En el caso de los melones climatéricos, como los de tipo Cantaloup y Galia, lo que quieren es que sean de larga vida, que se conserven mejor una vez recogidos. Evidentemente, no vamos a tener un melón que dure tres meses. Hay un límite, aunque no lo conocemos”, explica García-Mas casi una década después de su secuenciación.

Según indica, hasta hace pocos años, la mejora genética se ha orientado hacia el productor o agricultor, “sobre todo enfocado a la resistencia de enfermedades y plagas”.

“Lo que se hace es utilizar resistencia natural. Es decir, emplear variedades que no tengan necesariamente que ser consumidas y que sean resistentes a ese patógeno determinado. Si lo encuentras, se introduce mediante la mejora genética en la variedad comercial. Muy importante: sin utilizar transgénicos”, puntualiza el experto.

En los últimos años, la investigación ha virado en busca de mejoras para el consumidor, considera el científico. “Ahora empezamos a conocer genes que controlan el tamaño y la forma. Podemos crear melones piel de sapo redondos o más pequeños. Mucha gente vive sola y no compra melón porque es demasiado grande. O, por ejemplo, cambiar el perfil de aromas. Conociendo qué genes regulan el aroma, podemos eliminar o añadir algún volátil que sea apreciado”, añade.

Detrás del color rojo de la sandía
A la forma de melones y sandías se une su característico color, sobre todo de estas últimas, de intenso color rojo. Esta peculiaridad probablemente es el resultado de la selección artificial, ya que sus antepasados poseían la pulpa pálida. Pero a pesar de que se sabe que la tonalidad depende del carotenoide licopeno, se desconoce qué gen regula la cantidad de esta sustancia.

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